Segundo centenario de la vacuna contra la viruela

Autor: Llanos Guillermo

Fragmento

Los seres humanos tenemos una incuestionable habilidad para imponer nuestros deseos sobre el entorno que nos rodea, y con ingenio, coraje y conocimiento, hemos cambiado la cara del mundo para acomodarlo a nuestras necesidades percibidas. En los últimos años, sin embargo, hemos empezado a comprender que nuestra intervención sobre el ambiente tiene costos, por los cuales debemos pagar, y por ello la importancia del mantenimiento del equilibrio ecológico. Un aspecto de nuestra interferencia es diferente, y es el de la lucha contra los microorganismos que son agentes de enfermedad. Mientras nuestro éxito sorprendente para controlar muchas de las enfermedades transmisibles ha producido su propia respuesta ecostática, hay muy pocos que no estarían de acuerdo con el hecho de que nuestras actividades en este campo son excelentes. La viruela, sin embargo, es la única de estas enfermedades que los seres humanos hemos podido, no sólo controlar, sino erradicar. La viruela fue la más clásica y temible de las enfermedades eruptivas. Probablemente originaria de Asia y África, sus orígenes prehistóricos se ubican alrededor de diez mil años antes de Cristo, con base en documentos que la describen en Egipto alrededor de 1570 y 1085 a.C. Pasó a Europa probablemente vía el noroeste africano y se dice que los hunos, en sus devastadoras invasiones, la diseminaron. El mismo Galeno hizo la descripción de un ilustre enfermo al cual atendió, el emperador romano Marco Aurelio, quien falleció por la viruela. Muchas casas reales de todo el mundo se vieron afectadas por la viruela y se cita entre los enfermos más importantes a Isabel I de Inglaterra cuando el 15 de octubre de 1562 cayó víctima del famoso «pox» debatiéndose entre la vida y la muerte por casi un mes. Sobrevivió reinando por más de 41 años más, creando el imperio británico de mayor poder.

Palabras clave:

2004-04-05   |   762 visitas   |   1 valoraciones

Vol. 27 Núm.1. Enero-Marzo 1996 Pags. 2 Colomb Med 1996; 27(1)