La muerte negra.

“El avance de la peste” 

Autor: Sánchez David Carlos E

Fragmento

La palabra latina pestis no tiene otro significado que el de calamidad y ruina. Aún hoy se dice que una cosa mala, o que puede ocasionar daño grave, es una “peste”. En el poema La Iliada, Homero (siglo VIII a.C.) menciona enfermedades similares a la peste. Describe un fenómeno que posteriormente los médicos observaron en diferentes ocasiones sin poder explicar: la “muerte negra” propagada en lugares densamente poblados, en los cuales había gran cantidad de ratas. A principios del siglo XIV, entre Europa, el norte del África y el cercano Oriente, la población llegaba a los 100 millones de habitantes. Pero en cuatro años (1348–1352) la cuarta parte de ellos murió victima de una terrorífica enfermedad que se extendió por diversos territorios, matando a la mayoría de los que tuvieron la mala suerte de padecerla. El mal acabó con el crecimiento poblacional que había caracterizado la evolución de la sociedad medieval. En un corto periodo, Europa sufrió la pérdida de unos 20 millones de personas debido a la peste. La Peste El agente infeccioso de esta enfermedad es el bacilo Yersinia pestis, transmitido por la picadura de las pulgas infectadas (peste bubónica) o por aerosoles de los enfermos (peste neumónica). La peste bubónica se inicia con fiebre, luego los ganglios linfáticos se agrandan y supuran, la fiebre aumenta y se acompaña de delirio y de la presencia de manchas negras, resultado de hemorragias cutáneas. Los pacientes se agitan y fallecen en medio de grandes dolores. Los que padecen la infección directa del torrente sanguíneo presentan un choque séptico, caracterizado por hemorragias masivas y muerte rápida, forma de peste conocida como septicémica. En otros casos, la peste se contagia por vía aérea, presentándose como una neumonía; las víctimas sufren colapsos, escupen sangre y en pocos días mueren. Tal es la peste neumónica.

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2009-03-25   |   2,216 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 16 Núm.1. Enero-Junio 2008 Pags. 133-135 Rev Med 2008; 16(1)